Desde los comienzos de la historia el hombre, como ser pensante, siempre se ha preguntado quién es y qué demonios hace aquí; hasta estos últimos años en que le importa un caraj… Nos hemos convertido en usuarios, en operarios de los avances técnicos, ciudadanos digitales, nos dicen. La realidad es que la reflexión, la voluntad, la libertad, la autonomía, la personalidad brillan por su ausencia. El hombre del siglo XXI parece monitorizado por la moda, las últimas tendencias, el hash novedoso, la gracieta con más ‘Me gustas’, los followers… pero que huye de pensar y tomar sus propias decisiones. La sociedad de consumo nos llena la cabeza de necesidades absurdas, metas insustanciales, deseos que vacían y nos alejan de nuestro yo, de nuestro entorno, de nuestros vecinos, de nuestro camino. No quiere que paremos, pensemos y actuemos; nos quiere convertidos en masa manipulable, en constante movimiento hacia la nada.

La verdadera moral, la ética ha sido dinamitada y sustituida por eslóganes y un lenguaje moral vacío. Solidaridad, tolerancia, progresismo, género… se prostituyen en su significado y se convierten en verborrea que justifica cualquier acto que haga el que ha impuesto el nuevo modelo de hombre. Yo os invito a hacer un alto en el camino para que os preguntéis quiénes sois, qué hacéis en este mundo, hacia dónde vais, qué papel os toca hacer en este mundo y qué os hace felices de verdad.

Cerrad los ojos a tanta contaminación visual y profundizar en vuestro yo. Lo primero que surge es la necesidad de ser amados, de sentirnos queridos, de sentirnos valiosos. El que experimenta la alegría del otro, su felicidad -por cualquier pequeña contribución que haya podido realizar para ayudarle a conseguirlo- enseguida descubre que darse es lo más gratificante para su propia felicidad. Una imagen para ilustrarlo.

Supongamos un matrimonio en el que la mujer llega a casa cansada y se sienta en el sillón derrotada. Su marido, que la ha estado esperando con ansiedad, rápidamente le da un beso y se sienta a su lado tras servirle una clarita fresquita -como le gusta a ella- y unas tapitas variadas para centrar toda su atención en su amada y esperar a que descanse en su mirada.

Estoy seguro que la mujer disfrutará de todas las cosas materiales más visibles: el sillón, la cervecita y las viandas, el descanso y desconectar de la jornada. Pero enseguida recibirá la oleada de amor de su esposo, los tiempos que ha empleado en esperarla, los momentos que ha vivido pensando en ella y en su cansancio para recibirla así. Y esta certeza de sentirse amada y esperada será lo que de verdad consiga su descanso y su renacer. El marido, seguro que descubrirá cuánto es amado por su mujer cuando descubra en sus ojos esa mirada de reconocimiento de su entrega, tras la primera respuesta lógica del cuerpo cansado de su mujer. En definitiva, no nos llena ni nos hacen felices las cosas sino las personas. Cuando nos entregamos al otro, no lo que tenemos, sino lo que somos, encontramos nuestro verdadero tesoro.

Hay muchas definiciones del hombre hechas por grandes pensadores:

  • Aristóteles lo veía como animal político
  • Kant como ser que juzga, San Agustín que duda, Descartes que piensa, Rabelais que ríe
  • Platón lo definía como bípedo implume
  • Animal racional…

Acudir a estos filósofos siempre puede convertirse en un momento de disfrute y reflexión para ejercitar la materia gris, como decía Poirot, pero mi intención en estas breves líneas es la incitación a pensar. Desearía que cada lector fuera capaz de parar, bajarse de la rueda en movimiento que nos arrastra por la vida para ser nuestros propias dinamos que conduzcan nuestro pasos por el camino que vayamos a elegir de forma libre y consciente. Haz un poco de silencio, sé consciente de la necesidad de reflexionar, marcar tus propios objetivos, haz revisión y autocrítica de tus propios avances y dirige tu vida. No es una camino fácil, arrancar es complicado, dejarse llevar es muy fácil, caer es habitual, pero hay que poner a trabajar a la voluntad para gobernar nuestros pasos en la dirección que decidamos.

Si no damos este primer paso, difícilmente conseguiremos descubrir nuestro verdadero yo. No vale lo que la sociedad me pinta como canon. La introspección debe conducirnos a elegir lo que realmente nos hace felices, lo que sabemos que tenemos que hacer, lo que queremos hacer. Olvidémonos de derechos, asumamos que el camino tiene baches, que habrá sufrimiento, pero que la voluntad y saber hacia dónde caminamos superará esas dificultades y que el corazón debe guiarnos y alentarnos pero que no debe ser nuestro gobernante. La adolescencia ya pasó y tenemos que sabernos dejar guiar por nuestras decisiones pensadas, y en mi caso por el ser trascendente que me creó. Al corazón su justo valor, al cerebro su justo equilibrio y en la duda y oscuridad que aparece aferrarse al que nos guarda confiando en su sabiduría.

Última modificación: 05/07/2019

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